El humo blanco volvió a elevarse sobre la Capilla Sixtina anunciando un nuevo tiempo para la Iglesia Católica. Con el nombramiento del cardenal Robert Francis Prevost como León XIV, se abre una etapa en el Vaticano.
El humo blanco rasgó el cielo romano poco después del mediodía. Las campanas resonaron en San Pedro y una multitud expectante contenía el aliento: habemus papam. Desde el balcón central de la Basílica emergió un rostro nuevo, pero con una historia conocida para América Latina. El cardenal Robert Francis Prevost, el primer papa nacido en los Estados Unidos de raíces hispanas y larga vida pastoral en Perú, fue elegido como el nuevo papa, adoptando el nombre de León XIV.
La elección de su nombre es en sí misma un mensaje, como lo es siempre esta elección para un papa. Su antecesor, el papa León XIII, tuvo un papado de 25 años, siendo uno de los más largos de la historia. Destacó en la época por conciliar a la iglesia con la época moderna, en medio de un nuevo mundo industrial. En este sentido, es posible pensar en un mensaje de continuidad con estos ideales, en sintonía con el camino que recorrió también el papa Francisco.
Vivimos tiempos convulsos, con un escenario actual tan desafiante como impredecible. En este contexto, el papa Francisco supo no solo entender los signos de los tiempos, sino también abrazarlos: fue el primer pontífice en abrir una cuenta oficial en X (antes Twitter), en dar entrevistas a plataformas de streaming y en promover un diálogo entre la fe y la ciencia. Su legado puede ser abordado en algún punto, hasta como comunicacional. León XIV hereda ese impulso y ese lenguaje: el de una Iglesia que no teme entrar en la conversación global, aunque sea a través de un clic.
En su primer saludo como papa, el nuevo líder dedicó unas palabras en español a su querida diócesis de Chiclayo. Allí, en ese puente afectivo entre Roma y América, se dibuja también el perfil de un pontífice que comprende el valor de las palabras, la imagen y el símbolo.